Que es un Ball de diables
El “Ball de Diables” es una de las manifestaciones más características de nuestro folclore. En las comarcas del Camp de Tarragona -ya la actualidad a otros por extensión- es bien frecuente el encontrarnos con estos personajes, a caballo entre la significación ancestral de fuerzas de la naturaleza y la representación cristiana del demonio, encabezando las procesiones y pasacalles de la Fiesta Mayor, abriendo paso a la danza, preservando el espacio escénico de la representación popular.
Els balls de diables presentes hoy en más de cuarenta poblaciones de la geografía catalana, representan sus “bailes hablados” -piezas de teatro popular de calle-, recitan sus versos satíricos ejerciendo un derecho que es permitido a pocos personajes de nuestras fiestas; y evolucionan, sobre todo, rodeados de fuego de noche y de día, disparando sus “carretillas” que en girar producen el característico “paraguas” de fuego.
El Ball de Diables de Tarragona volvió a la calle después de casi un siglo sin hacerlo. Este había sido uno de los bailes con más tradición en nuestra ciudad. Se inició en el siglo XV – “entremés de San Miguel o el infierno” – y perduró hasta 1887 -ya sin parlamentos-. Participó en las fiestas mayores, Corpus y en las llegadas de los nuevos arzobispos o personalidades distinguidas.
Características: Los personajes del Ball de diables
Lucifer: Es el jefe de los diablos. Su vestido característico es expresión de poder: la capa, el sombrero de copa, y su omnipresente ceptrot le otorgan un papel protagonista. Es el encargado de iniciar y finalizar las actuaciones, y en las carretilladas se sitúa en medio de los Diablos levantando y girando el ceptrot cargado con un gran número de carretillas o surtidores. Es compañero inseparable de la Diablesa. Tiran siempre juntos, a excepción de esporádicas apariciones en las tiradas de diablos. Es también el encargado de iniciar los parlamentos, de incitar y provocar constantemente los diablos, y de encabezar la formación del baile en sus idas a plaza.
Diablesa: Encarna la feminidad burda, provocadora y viperina. Comparte el poder de Lucifer como mujer suya. Su ceptrot y vestimenta son llenos de tópicos referenciales femeninos -faldas, pamela, corpiño, chaleco y serpientes en el ceptrot. Cierra los parlamentos de los diablos, normalmente punzantes y pérfidos, referentes al sexo y su disfrute.
Si bien antiguamente todos los personajes dentro del Ball de Diables eran representados exclusivamente por hombres, en la actualidad esto ya no es así. La incorporación de las mujeres al Baile ha sido un hecho asumido y queridos desde su recuperación. Sin embargo, el papel de la Diablesa sigue siendo representado por un hombre, conservando así una tradición muy arraigada en los bailes hablados de nuestra región.
Diables timbaleros: En un número de cuatro, son los encargados de mantener el sonido constante y acompasado de los tambores. Su atuendo es el mismo que los de los diablos que tiran carretillas, manteniendo siempre la atención en la evolución del Baile y, bajo las órdenes del encendedor, aceleran, paran o ponen en marcha su toque.
Su distribución en la calle hace que actúen de barrera natural y protectora entre el fuego y la intendencia que los sigue.
Los Diables: Son los encargados de mantener el ritmo constante de fuego. Colocados en dos hileras esperan su turno para encender las carretillas. Una vez encendidas, inician un ritmo regular, podríamos decir que la corriente lentamente y dando una especie de saltitos. . Es común ver cómo los diablos hacen alguna vuelta o media vuelta antes de que estalle el trueno. Resulta básica la postura del brazo en que se lleva la maza, y desde la que se disparan las carretillas. Brazo levantado, seguro y distendido, la maza bien cogida procurando amortiguar los saltos. Es norma básica no bajar bajo ningún concepto la maza, con el fin de obtener un buen paraguas de chispas alrededor. Sería del todo reprobable que los diablos adoptaran la maza como objeto de curvas y juegos malabares, propios de otras manifestaciones de calle, alejadas de la realidad y talante de un Ball de Diables.
Diable encendedor: Es el encargado y responsable de mantener y marcar el ritmo de encender. Es un lugar que necesita gran dosis de tranquilidad y sangre fría. Su botafoc encendido está en el punto de mira de todos los diablos y tambores, ya que con sus señales indica en todo momento la evolución del Baile.
Encendedor de ceptrots: Es el encargado y responsable de suministrar fuego a Lucifer y la Diablesa, y lo hace interrumpiendo su ritmo normal de tirar carretillas. El encendido de los ceptrots se hace de manera especial. El gran número de carretillas encender hace materialmente imposible hacerlo con un botafoc, y adopta una carretilla sin trueno como fuente de fuego, de forma que, dirigiendo el surtidor encendido hacia las varillas de los ceptrots, consiga encenderlos completamente y rápidamente. Tiene la misión, también, de encender Lucifer y la Diablesa a las carretilladas.
La intendencia: Las evoluciones del Ball de Diables, no se entenderían sin los diablos que llevan la intendencia. Se necesita de una infraestructura muy grande para mantener un buen ritmo digno de actuación. Todo ello es un trabajo de equipo, sacrificada y poco lucida de cara al exterior, y que comporta una previa preparación cuidadosa y meditada, ordenando, seleccionando y sopesando las mejores soluciones para salir a la calle. Es vital para los diablos encargados de la intendencia mantener una constante atención y vigilancia. En sus manos tienen la responsabilidad de mantener el desarrollo y ritmo la actuación.
El Arcángel San Miguel: Personaje fugaz en la actualidad, aparece el día de Santa Tecla para actuar en el Baile de San Miguel y Diablos, que se ejecuta por la mañana y por la tarde en la plaza de la Font y del Rei, respectivamente . Interpretado por un niño o niña, interviene en uno de los momentos más esperados y celebrados de los parlamentos. Tras escuchar los corrosivos parlamentos de Lucifer, siete diablos y la Diablesa, aparece el arcángel guerrero. Con la espada levantada, somete a los diablos que, arrodillados y con la cabeza baja, escuchan su parlamento.